Escrito por Miguel Rábago.
Nuestro país se percibe ante los ojos del mundo como una nación donde la calidez y la unión familiar son un rasgo que nos identifica y nos distingue. Claro ejemplo de lo anterior son los negocios familiares. No es de sorprenderse que, según datos recientes del INEGI, el 90% de las unidades de negocio en México son empresas familiares. Este rubro de empresas contribuye con el 85% del PIB.
Todos estos datos pudieran parecer alentadores e incluso generar orgullo entre nosotros los mexicanos, pero hay un detalle: La sucesión de generación a generación. Y es que México presenta un fenómeno de mortalidad de dos terceras partes de estas empresas familiares antes de pasar a la segunda generación. Y de ese tercio que sobrevive esa primera sucesión se estima que solo una de cada diez podrá sobrevivir un segundo proceso de sucesión. Esto reafirma la idea de que como nación debemos trabajar muchísimo en la cultura de la institucionalización de las empresas familiares. Creo firmemente que llevar la cultura de la institucionalización a cada empresa familiar, sin importar su tamaño, giro o estructura, disminuiría considerablemente ese índice tan alto de mortalidad a la hora de la sucesión y generaría estructuras más sólidas para la creación de empresas fuertes y duraderas.
En mi experiencia, soy partidario de que una empresa familiar con roles bien delimitados; una estructura corporativa adecuada funciona, y funciona bien. La combinación de generaciones pareciera ser la respuesta correcta. Una generación con experiencia, con una estructura financiera desarrollada y esa vieja escuela de hacer negocios, sumada de una nueva generación que aporta el empuje, la frescura, el ímpetu y la nueva visión de los negocios parece que pueden formar una sociedad bastante completa y funcional. Las dos generaciones vinculadas por ese sentimiento de pertenencia, de respetar el legado familiar y aportar al crecimiento de la empresa resultan, en mi opinión, una fórmula adecuada para un negocio próspero y pujante.
Mi recomendación para aquellos jóvenes que cuentan con la dicha de pertenecer a una familia que ya tiene un negocio familiar en marcha, sería que no caigan en la falsa creencia de que incorporarse a la empresa familiar carece de mérito o que es el camino fácil. En la opinión de quien les escribe el hecho de emprender de ceros y el hecho de potencializar el negocio familiar cuentan igual. No desaprovechen la oportunidad que muchos otros emprendedores añorarían. Ojo: no les estoy diciendo que sea una obligación. Solo los invito a dejar de lado el egoísmo y el falso protagonismo para tomar decisiones inteligentes en base a un análisis más maduro.
Obviamente se vale que el negocio familiar no nos apasione, pero creo que, si tenemos esa inquietud por emprender, cuando menos hay que empaparnos de información sobre lo que tenemos en casa y evaluar esa posibilidad. Y para aquellos que ya tomaron la decisión de incorporarse, les adelanto: habrá momentos de roce, momentos de querer abandonar el barco, momentos de insomnio pensando en si tomamos la decisión correcta. Se presentarán situaciones que nos harán cuestionarnos si vale más ser un buen empresario o hijo, hermano, primo etc. Lo que sí les puedo garantizar es que la satisfacción de crecer y hacer crecer la empresa familiar no tiene comparación y vale la pena intentarlo, les deseo mucho éxito en esa gran aventura del emprendimiento intrafamiliar.
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